Umberto Eco
El nombre de la rosa
Editorial Lumen
La novela histórica, tal como entendemos el subgénero actualmente, tuvo su culminación en el ya lejano 1980, de la mano de un profesor universitario italiano de difícil asignatura llamado Umberto Eco. Este desconocido ensayista decidió, como ejercicio de ironía plástica, componer una novela policíaca enmarcada dentro de las directrices del movimiento neovanguardista literario al que pertenecía, el Gruppo 63. Para cumplirlo situó la acción en la Italia de 1327, en una abadía benedictina en medio de la disputa sobre la pobreza de la Iglesia que enfrentaba a los monjes de la Orden de San Francisco contra su señor el Papa Juan XXII. Este es el escenario en el que el franciscano Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk se ven envueltos en una serie de asesinatos apocalípticos concernientes a un misterioso libro y su funesta posesión.
Todos los
personajes principales de la novela de Eco son clichés extraídos de
la novela detectivesca victoriana clásica (una de las premisas del
Gruppo 63 era la inspiración en la narrativa y poética anglosajona
del XIX) y ni siquiera nuestro intrépido profesor puede llevarse el
mérito de la creación del monje detective,
ya que la autora británica Edith Pargeter comenzó a publicar bajo
el seudónimo más conocido de Ellis Peters, la serie de novelas de
fray Cadfael tres años
antes. Así que, con una novela de escasa originalidad, encorsetada
entre las premisas de un movimiento estético-político de vocación
revolucionaria, escrita casi para enseñar a los amigos por un
novelista primerizo. ¿Cómo podemos sostener la afirmación espetada
en el párrafo anterior?
Porque,
querido lector, Umberto Eco es un mago. El obtuso profesor de
asignatura impronunciable es, en realidad, un astuto prestidigitador
de la palabra. El incauto doliente de la novela histórica moderna,
vapuleado por las hordas de romanos y templarios, se acercará a la
novela atraído por el canto de sirena de asesinatos, monjes, libros
y laberintos que Eco muestra en su mano derecha, para caer en la
cuenta, pasado un rato, en el truco maravilloso y terrible que el
profesor guardaba en la izquierda. Esta es, sin duda alguna, una
novela que atesora muchos niveles de lectura. No se trata solo que la
intriga planteada sea absorbente, los diálogos cinematográficos y
los personajes fascinantes. No se trata tampoco de la abadía
fantástica, la biblioteca maravillosa, ni del fabuloso e iniciático
laberinto geográfico. Ni tan siquiera, si me apuras, importa
demasiado el significado del primero y el séptimo de cuatro. Se
trata de que, mientras Guillermo y Adso recorren el scriptorium
en las tinieblas de la noche, Umberto Eco te cuenta algunas cosas
sobre el Mundo, el Demonio y la Carne, y por encima de todo, sobre el
medievo, sobre el inmenso conocimiento y el profundo amor al mismo
que el profesor italiano impregna en tinta en cada página.
Si no has
tenido ocasión de leerla, o si sólo conoces la trama por la digna
pero profundamente insuficiente película del director francés Jean
Jacques Annaud, te recomiendo cordial y respetuosamente que te lances
a por ella. Existen ediciones excelentes, con el texto original
espléndidamente adaptado al castellano por Ricardo Pochtar, que
incluyen traducción de los textos latinos, escasos pero
enriquecedores para el trasfondo histórico, y un pequeño ensayo del
autor acerca de la novela bastante gratificante titulado Apostillas
a El Nombre de la Rosa. Rescata esta joya del
pasado, ávido lector, pero cuidado; no te sorprendas si al pasar su
última página te descubres un poco más desolado que al empezar.
Porque El Nombre de la Rosa es,
bajo las sombras de sus sombras, y como no podía ser de otra manera,
una inmensa danza macabra y trata, en esencia, de la futilidad. Y es
que, querido e improbable lector: “stat rosa
pristina nomine, nomina nuda tenemus”.
Escrito por Lope A.
Es interesante también ver como una de las lecturas de la historia es el viaje de Adso de ser un novicio ingenuo con una visión simplista del mundo a darse cuenta de la realidad, los intereses ocultos, el relativismo y lo podrida que estaba la sociedad en su tiempo.
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